6 de abril de 2012

UNA TRADICIÓN RECIBIDA DEL SEÑOR


5 de abril de 2012 - Jueves Santo. Éxodo 12,1- 11-14; 1 Corintios 11,23-26; Juan 13,1-17.31b-35


1. ¿Qué hacemos aquí?
Cuando llegan estas fechas, cuando todo el mundo está disfrutando de unas buenas vacaciones y se ha marchado a la playa o está viendo las procesiones, unos pocos grupos formados por unos pocos hombres y mujeres nos quedamos solos en los templos casi vacíos. Y yo siempre me pregunto: ¿Qué hacemos aquí? El texto que hemos leído nos da una respuesta:
Proclamamos la muerte del Señor, en espera de que él venga” (1 Cor 11,26).


2. Transmitimos una tradición
San Pablo nos dice que estamos realizando un acto de tradición. Según el diccionario, tradición es “transmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos, costumbres, etc., hecha de generación en generación”. Es el hecho de recibir algo que alguien nos entrega, y de volver a entregar a alguien lo recibid. Sin embargo, la idea ya tenía “sentido técnico” en la antigua religión de Israel que encontramos en la Biblia, y lo ha seguido teniendo en el judaísmo posterior hasta la actualidad. Cuando en la Biblia se habla de tradición, de entregar y recibir, de transmitir, se está hablando de transmite la fe de Israel. De padres a hijos. De generación en generación.
Lo que se recibe y se entrega en una tradición es siempre lo más valioso para un colectivo. Aunque se estén transmitiendo unos objetos, lo valioso de esa transmisión no son los objetos en sí, sino la memoria que va unida a esos objetos. La memoria de un acontecimiento fundacional, que da sentido de pertenencia e identidad, sentido de futuro. Sentido de “empoderamiento”.

3. Transmitimos una tradición que se remonta a Jesús
En un día como hoy, aquí reunidos, los cristianos y cristianas transmitimos una tradición que tiene su origen en una persona determinada: “Jesús, el Señor”. En un lugar determinado: En Jerusalén, en “el piso de arriba”, en la “cambra” o “andana”. Y en un tiempo determinado: “la noche en que iba a ser entregado”.
Nuestra tradición se remonta a Jesús, porque es Jesús mismo “el entregado”: Es entregado por Judas a los sacerdotes; por los sacerdotes a Pilatos; por Pilatos a los verdugos; por los verdugos a la muerte.
Ya en su nacimiento, Jesús, el Hijo de Dios, había sido entregado por Dios, por el Padre, por su Padre, a los seres humanos, para que fuera “Dios con nosotros”. En la noche de su pasión, el mismo Jesús, el Hijo de hombre, se nos entrega, se pone en nuestras manos. Ahora, dos mil años después, Jesús continúa poniéndose en nuestras manos. Jesús se deja “transmitir”.

4. Transmitimos un sacramento
En la celebración de esta tarde no transmitimos unos objetos materiales, sino que con unos objetos realizamos unas acciones, unos gestos. En unos y otros hay algo habitual, visible a los ojos de cualquiera, vulgar, “profano” (perteneciente al mundo de los seres humanos): comemos todos de un trozo de pan, compartimos el vino de una copa.
Sin embargo, al llevar a cabo estas acciones, estamos realizando algo que no se ve a simple vista. En la terminología de las iglesias occidentales, realizamos un “sacramento”, una acción “sagrada”: es decir, lo que hacemos tiene que ver explícitamente con Dios y con nuestra relación con Dios. Como dicen los cristianos orientales, es “mysterion”, algo cuya verdadera identidad está oculta porque pertenece al mundo de Dios, pero que “ahora” Dios comparte con nosotros. “Consagramos”, dedicamos un trozo pan y una copa de vino a un uso exclusivo: el de nuestra relación con Dios. Hacemos con ellos lo único que podemos hacer con nosotros mismos ante Dios: se los “entregamos” a Dios. El pan y la copa de vino tienen un valor simbólico profundo, enraizado en las experiencias profundas del ser humano y de la fe bíblica:
Ya en un primer nivel, no se trata de objetos cualesquiera. El pan es alimento, símbolo de la necesidad humana, de nuestra limitación, de nuestra caducidad; símbolo del hambre, de la guerra, la muerte; pero también símbolo de la solidaridad compartida, del amor. El vino era también en la antigüedad alimento, daba calor, se utilizaba en la medicina; era también símbolo del vicio, del sufrimiento, de la violencia, de la muerte; y también de la solidaridad, del amor, de la alegría y de la fiesta.
En un segundo nivel, el de la tradición bíblica y judía, el pan y el vino venían ya cargados de un mayor significado simbólico. Por poner sólo un ejemplo, quienes comparten el pan al celebrar la fiesta de la Pascua comparten la esclavitud y la liberación, la peregrinación por el desierto, y la identidad de pueblo de Dios. Los que comparten la copa dan gracias a Dios (“eucaristía”) por la liberación de la esclavitud. Hoy los judíos siguen haciendo fiesta en su identidad de pueblo de Dios, a la espera de la llegada del Mesías, el Rey que viene de Dios. El pan y la copa son “signos” de la alianza entre Dios y su pueblo.
En el tercer nivel, Jesús da un nuevo significado a los mismos objetos y a los mismos gestos. “Instituye”, ordena, pone en marcha una nueva “tradición”: “Haced esto”. Con un nuevo significado: “Esto es mi cuerpo”, “esta copa es la nueva alianza”.

5. Transmitimos una nueva alianza
El texto del libro del Éxodo que hemos leído, transmite el fundamento del “sacramento” de la Antigua Alianza: El pan compartido y la copa bendecida significan lo que Dios hizo por Israel al sacarlo de la esclavitud en Egipto y darles una identidad nueva como pueblo destinado a cumplir la voluntad de Dios, la Torah, en medio de las naciones. Con el sentido profundo de que lo que Dios hizo en el pasado por nuestros antepasados, lo ha hecho, lo está haciendo por nosotros, en la actualidad.
Jeremías había anunciado el establecimiento de una “nueva” Alianza por parte de Dios, que ya no estaría basada en el cumplimiento de un código legal, sino en un conocimiento personal y profundo de Dios a partir de la experiencia del amor de Dios que perdona los pecados. Pues bien, Jesús habla explícitamente de que sus acciones con el pan y la copa de vino tienen que ver con esa “nueva alianza”, con la nueva relación que Dios quiere establecer con los seres humanos al entregarnos a Jesús, al poner a Jesús en nuestras manos, con el riesgo de que suceda lo que sucedió: la cruz.
En el sacramento del pan y del vino hacemos un memorial. Es más que “recuerdo”, que hacer juntos un brindis en recuerdo de un amigo muerto. La palabra empleada por Pablo es “anámnesis”: Hacer presente algo sucedido en el pasado. Hacemos presente aquí y ahora lo que Jesús hizo en la cruz de una vez y para siempre: se entregó por nosotros, realizando así una nueva alianza.
La memoria así celebrada no es un acto individual: nos lo recordamos unos a otros, lo compartimos juntos formando el nuevo “Cuerpo de Cristo”. El Espíritu Santo, que en la Biblia es el poder creador de Dios, hace que vivamos el acontecimiento no como algo que Jesús hizo en el pasado por sus discípulos, sino como algo que Jesús hizo “por nosotros”, y por tanto como algo que para nosotros es presente. El mismo Dios nos recuerda constantemente, por su Palabra (que es Jesucristo) y por sus Sacramentos (que significan a Jesucristo), por la Palabra hecha Sacramento, todo lo que él ha hecho, hace y hará por nosotros.
Y nosotros lo recordamos también en nuestra oración con el pan y la copa. Lo recordamos ante Dios y se lo recordamos a Dios. Si es que a Dios le podemos recordar algo (¡aunque ya lo hacía el Pablo de Israel en el Templo!). Es el recuerdo de la gratitud operativa del que perdona porque se sabe perdonado, que ama porque se sabe amado. Por eso lo que hacemos es una “eucaristía”, un gran acto de acción de gracias. Porque es lo único que los seres humanos podemos hacer: agradecidos, entregarnos, ponernos en las manos de Aquel que puso a su Hijo Jesús en nuestras manos:
Por tanto, hermanos míos, os ruego por la misericordia de Dios que os presentéis a vosotros mismos como ofrenda viva, consagrada y agradable a Dios” (Rom 12,1).

6. Transmitimos una vida
La nueva alianza, la nueva relación con Dios que celebramos en el sacramento que recibimos de Jesús, no está basada en el cumplimiento de unas normas. En el sacramento del pan y del vino celebramos una alianza “de vida”. Al hacer lo que Jesús nos dijo, transmitimos lo que ya vivimos: que Dios, en Jesús, se nos hace tan presente que se nos da como alimento. Pan, vitalidad, energía; vino, calor, alegría. Al comer el pan y beber de la copa creemos,  profesamos y transmitimos que Dios en Jesús se hace vida nueva en nosotros, para nosotros, y para transmitirla al mundo amado por Dios. Vivimos y transmitimos la vida de Dios, su Espíritu que da la vida.
El Espíritu nos da una vida nueva según la voluntad de Dios, una nueva vida humana como Dios la ha querido desde siempre. Al transmitir lo que hemos recibido, Dios nos hace hombres y mujeres como Jesucristo. Con su misma vida, con el Espíritu Santo que nos hace hijos e hijas de Dios, no por la biología, no por el pan y el vino, sino por “el Cuerpo y la Sangre” de Jesucristo, por la vida que él nos “entregó” ya aquella noche en aquella Cena y al día siguiente en la cruz.
Dios nos da vida nueva con una nueva identidad: En el Bautismo los cristianos y cristianas somos hechos “otros Cristos”, porque pasamos a formar parte del “Cuerpo de Cristo”, que es la Iglesia. “Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”, porque vivimos “en Cristo”. Esa fue la experiencia de Pablo en el camino de Damasco, cuando perseguía a los hombres y mujeres seguidores del Crucificado. El Resucitado le dice “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. Pablo creía que sólo estaba persiguiendo a los cristianos, pero en realidad estaba persiguiendo a la Iglesia, al mismo Cristo en su nuevo cuerpo humano, hecho de hombres y mujeres. Y los nacidos una vez y para siempre en el Sacramento del Bautismo al Cuerpo de Cristo, somos alimentados continuamente en el Sacramento de la Mesa “hasta que él venga”.

7. Transmitimos una esperanza
Al celebrar la Cena del Señor, los cristianos celebramos ya nuestra fiesta “en espera de que el venga”. Por lo que Jesús hizo hace dos mil años, por lo que aquí y ahora hace por nosotros, vivimos, celebramos y transmitimos lo que esperamos del futuro de Dios: la venida de Jesús como Cristo, como Mesías que viene a salvar definitivamente a la humanidad y a toda la creación, como Hijo de hombre que viene a juzgar y a poner todas las cosas en el sitio que les corresponde, a realizar la nueva realidad que esperamos de Dios y que Jesús llamaba Reinado de Dios, gobierno bueno de Dios de nuestra vida humana y de todo el universo creado.

8. Transmitimos a Cristo
Haced esto en memoria de mí… Porque siempre que coméis de este pan y bebéis de esta copa, estáis proclamando la muerte del Señor, hasta que él venga” (1 Cor 11,24-26).
 “Haced esto”. Un mandato de Jesús. No nos dijo cómo, ni cuándo, ni dónde teníamos que hacerlo, ni con qué frecuencia habíamos de repetirlo. Pero nos mandó que lo hiciéramos. Y Pablo nos recuerda al final del texto que cada vez que lo hacemos estamos proclamando la gran obra de Dios en Jesús.
Resulta curioso, pero no solemos tenerlo en cuenta. Antes de que, ya resucitado, enviara a sus discípulos a anunciar el evangelio por todo el mundo, Jesús nos dio este mandato: “Haced esto”. Comed. Bebed. Haced vuestro. Hacedme vuestro. Haceos míos. Para compartir conmigo mi misión de extender por toda la tierra el amor de mi Padre. Sólo así podremos verdaderamente anunciar la buena noticia.
AMÉN

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