10 de febrero de 2013

De la familia Tellería-Gelabert


Leíamos esta semana y por diversas circunstancias varios pasajes de la Santa Biblia en los que, de manera sorprendente, nos encontrábamos con una misma expresión repetitiva, unas palabras muy concretas que Dios dirigía a ciertos personajes destacados de la Historia de la Salvación en diferentes momentos, lugares y circunstancias, pero que eran siempre idénticas. Si tuviéramos que citar un ejemplo concreto, podríamos mencionar textos que van desde el Génesis hasta el Apocalipsis, y figuras como Abraham, Agar, Josué, el pueblo de Israel, el profeta Daniel, el apóstol San Pedro o el apóstol San Juan, por no nombrar sino a algunos de todos bien conocidos.
Las palabras en cuestión son solamente dos, no sólo en nuestras versiones bíblicas en lengua castellana, sino en los idiomas originales:

No temas (Génesis 15, 1; 22, 17; Josué 1, 9; 2 Reyes 19, 6; Jeremías 46, 27; San Marcos 5, 36; San Lucas 8, 50; Apocalipsis 1, 17; etc.)

Se trata de una expresión que implica, por lo menos, dos ideas fundamentales:
La primera de todas, que los creyentes no desconocemos el temor. Carece por completo de sentido ese tono absurdamente triunfalista con que en ocasiones algunos cristianos contemporáneos pretender blindarse ante las realidades adversas de la existencia, sean de la índole que fueren, en la idea de que si somos realmente hijos de Dios, estamos protegidos contra cualquier contingencia. No es eso lo que hallamos en las Sagradas Escrituras. La realidad de las historias transmitidas por la Biblia es la de unos seres humanos, sin duda auténticos fieles, no fingidos, no hipócritas, que vivían inmersos en un mundo demasiadas veces hostil y en unos sistemas socioculturales que no les facilitaban precisamente la existencia de cada día. Nos topamos a cada paso en el Antiguo y el Nuevo Testamento con personas que se veían constreñidas a hacer frente a situaciones para ellos angustiosas, desde el patriarca que carecía de hijos y no veía solución alguna para el futuro de su tribu, hasta el pescador atemorizado ante fenómenos fuera de lo común cuyo alcance no comprendía, pasando por el caudillo sobre cuyos hombros recaía la responsabilidad de una guerra de conquista o la madre que se veía impotente para auxiliar a su hijo a punto de morir. Aquellos hombres y mujeres tenían miedo, experimentaban esa sensación de auténtico pavor que se suscita ante lo desconocido o ante lo que, aun conociéndolo, carecían de defensa o de medios para hacerle frente. El temor, que es una reacción muy humana, no constituye un sentimiento ausente en los creyentes; al contrario, se manifiesta entre nosotros con tanta mayor intensidad cuanto que, en nuestra condición de hijos de Dios y conocedores (¡se supone!) de su Palabra, somos conscientes de ciertas realidades de nuestro mundo que para otros pueden pasar desapercibidas. De ahí que ningún cristiano deba sentirse incómodo o avergonzado por el hecho de tener miedo o de manifestar temor delante de acontecimientos o situaciones que pueda vivir, ya sean generales o particulares. Ningún creyente debe ser estigmatizado ni señalado como "falto de fe", "débil" o "cobarde" por verse abrumado por sentimientos de angustia o de inseguridad que le generen horror o espanto debido a condiciones que no sepa enfrentar. La crueldad que revisten tales condenas es, cuando menos, inhumana.  
La segunda, que Dios no desea que sus hijos sufran la desazón que produce el temor de manera que ello les impida realizar su propósito para sus vidas. Mucho nos tememos que esas dos palabras divinas tantas veces referidas en las Escrituras, no temas, no han sido siempre debidamente comprendidas. Lejos de ser una orden taxativa, una prohibición (¡en tanto que creyente no puedes tener miedo!), constituyen una exhortación a la confianza; de hecho, en más de una ocasión aparecen en el Sagrado Texto acompañadas de expresiones como yo estoy contigo o similares. Ello implica que el Señor conoce bien nuestra naturaleza y sabe cuáles son nuestros puntos débiles, por lo cual nos invita a hacer frente a todo cuanto nos genera temor con una reflexión sobre la realidad de su Presencia en nuestras vidas como plataforma de despegue de los medios necesarios para combatir la adversidad. La exhortación divina no nos garantiza, no obstante, una victoria siempre según nuestros patrones humanos; el manifestar confianza ante un problema en la idea de que no estamos solos, de que Dios está siempre a nuestro lado, no transformará necesariamente esa contingencia en un éxito o aparecerá una solución mágica. El deus ex machina del teatro antiguo o de algunas películas fantásticas de nuestro tiempo no suele tener aplicación real en la vida de cada día. El Señor exhorta a los creyentes a no temer, no porque todo haya de tener un final feliz, como en los cuentos de hadas, sino porque él comparte nuestra angustia, nuestro dolor y nuestro sufrimiento, sea cual fuere. La desgraciadamente extendida "Teología de la prosperidad", que tanto daño ha hecho y sigue haciendo en poblaciones enteras de ciertos países, no es precisamente la mejor explicación del no temas bíblico. Estas sencillas palabras que las Escrituras emplazan en boca de Dios constituyen todo un llamado a una fe cristiana madura y bien cimentada. No hemos de temer, nos dice el Señor, porque en realidad tenemos miedo, porque nos encontramos inseguros, porque no sabemos cómo actuar. Los desafíos, las adversidades, los peligros, generan temor. Es humano. Pero nuestro Dios nos llama a hacer frente a todas esas realidades con la confianza de que no les hacemos frente solos. Él está a nuestro lado en todo momento.

Que el Señor nos bendiga a todos en esta nueva semana.

Vuestros amigos:

Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga
Rosa María Gelabert i Santané
     Juan María Tellería Gelabert

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