3 de febrero de 2013

Una aportación de la familia Tellería-Gelabert


Mis queridos hermanos y amigos en el Señor Jesucristo:

Es inevitable en el día de hoy leer o escuchar noticias desagradables acerca de la corrupción endémica de nuestros dirigentes políticos, su más que evidente desinterés (de facto, aunque tal vez no de jure) por las clases trabajadoras y su olímpico desprecio por todo aquello que no contribuya al engrose permanente de sus cuentas privadas. Como consecuencia, no es posible abrir un rotativo o escuchar un noticiario cualquiera sin que se manifieste de forma bien palpable el descontento general de la población y las muy humanas y muy legítimas ansias de cambio, a veces drástico, que se respiran por todas partes.
Por desgracia, ello no es característica exclusiva de nuestro país en concreto ni de una época determinada de la historia, sino que se trata de un mal endémico en la especie humana ante el cual nos vemos confrontados a preguntarnos de continuo cuál ha de ser la actitud más propia de un cristiano ante tales situaciones. Nos ha llamado poderosamente la atención un texto muy concreto que hemos hallado en el Evangelio según San Lucas 6, 24-26, y que tradicionalmente recibe el nombre de los ayes. Dice así:

Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis. ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas. (RVR60)

Estas declaraciones de Jesús, pues son palabras suyas muy directas, aparecen exclusivamente en este evangelio y, según nos dicen los exegetas, conforman una parte importante de lo que debió ser uno de los discursos más importantes pronunciados por el Señor en su versión original. Destacamos únicamente tres ideas fundamentales que compartimos hoy con todos vosotros:
Se asimila al rico y al poderoso con el concepto de injusticia. Jesús es presentado en los evangelios como un predicador constante de las buenas nuevas del Reino de Dios que se acerca, que está a las puertas, y que de hecho ya está aquí. Y aunque es cierto, y ahí está el Evangelio de San Juan para evidenciarlo al relatarnos la conocida escena de Cristo ante Pilatos, que ese Reino no es de este mundo, también lo es que está preparado para seres humanos que viven en este mundo y que pasan por situaciones angustiosas, claramente injustas, provocadas por sus semejantes, y de forma muy particular por quienes detentan el poder en esta tierra. Aunque las Escrituras de Israel, lo que llamamos comúnmente el Antiguo Testamento, ofrecen ejemplos preclaros de creyentes agraciados con grandes riquezas, muestran también el lado más oscuro de la naturaleza humana al presentarnos la denuncia de algunos profetas contra quienes empleaban sus posiciones de autoridad para enriquecerse a costa de los más débiles. Los ricos a quienes condena abiertamente el mensaje de Jesús no son aquéllos que logran un grado elevado de bienestar de forma honrada, por un esfuerzo denodado y digno o por una herencia legalmente recibida, sino quienes viven explotando o expoliando a los demás, sin escrúpulo alguno, y manifestando de continuo su desdén por los menos favorecidos. Si tal era la realidad social de la Palestina del siglo I, con el constante descontento por parte de la población explotada, endeudada y oprimida, no lo es menos la de nuestros días, incluso en países como el nuestro y otros del entorno inmediato, en los que cunde cada vez más la idea de que políticos, grandes empresarios y banqueros viven a costa del trabajo ajeno y provocan de continuo a los más pobres con leyes cada vez más injustas, recortes salariales completamente inhumanos y unos ritmos de derroche que causan escándalo entre las capas poblacionales obreras, incapaces de hacer frente en muchos casos a las presiones de tipo fiscal y laboral impuestas desde arriba. Desgraciadamente, la descristianización masiva de nuestras sociedades occidentales ha privado a buena parte de las clases obreras de una esperanza en la justicia divina. Demasiadas veces las iglesias cristianas se han puesto del lado de los poderosos y en contra de los humildes, traicionando el prístino mensaje de Jesús. De ahí la segunda idea que emana de las palabras del Señor:
Se identifica al rico y al poderoso con un sistema religioso falso. Jesús menciona específicamente a los falsos profetas, aquéllos a quienes alababan los padres de los opresores y los sostenedores de la injusticia. Los falsos profetas de Israel, de los que la Biblia presenta más de un ejemplo, solían ser en realidad el sustento ideológico de los regímenes políticos contrarios al designio de Dios para su pueblo. No hay más que recordar a los profetas de la corte de Acab y Jezabel, que o bien propugnaban el culto a una deidad extraña, como era el Baal de Tiro, o bien empleaban el nombre de Yahweh, Dios Eterno, para refrendar la actuación errónea de los tiranos (recuérdense los episodios de Elías, el siervo de Dios, frente a los profetas oficiales en el monte Carmelo, o la curiosa experiencia de un tal Micaías, auténtico heraldo de Dios, frente a los profetas de Acab con ocasión de la guerra contra los sirios narrada en 1 Reyes 22). Si pensamos en la historia de la Europa cristiana y en la de nuestro propio país, antigua y moderna, vamos a encontrar algo parecido: prelados y dignatarios eclesiásticos de elevado rango siempre al lado de los tiranos coronados más repugnantes o de los dictadores más criminales. Aún nos causa escalofríos el contemplar fotografías de décadas no demasiado lejanas en el tiempo y en el espacio en las que aparecen figuras destacadas de la Curia Romana revestidas de sus peculiares indumentarias y con el brazo en alto junto a militares de la Wehrmacht alemana o de otros fascismos, algunos muy cercanos. ¿Y acaso no siguen algunas iglesias ofreciendo su apoyo ideológico a ciertas instituciones políticas obsoletas, generando así la repulsa de la mayor parte de la población? No podemos por menos que tildar de diabólica la antinatural simbiosis entre el trono y el altar, que en la historia cristiana data del siglo IV (el famoso Edicto de Milán y sobre todo la presunta conversión del emperador Constantino), y que tan nefastas consecuencias ha tenido para ambos elementos. Tanto el uno como el otro han salido realmente manchados de ignominia, simonía y corrupción en todos los sentidos de la palabra. Pero esas situaciones, aunque lo parezcan, no pueden durar eternamente. Por ello, y es la tercera idea que destacamos,
Se emite contra el rico y el poderoso un juicio devastador que implica una inversión de la situación. La sentencia de Jesús no deja espacio a la duda: quienes ahora ríen y se ven saciados experimentarán el llanto y el hambre. Las revoluciones que han tenido lugar a lo largo de la historia han sido tanto más crueles e inmisericordes con los otrora potentados cuanto mayores han sido sus expolios, su extorsión y su degradación. Podríamos ofrecer muchos ejemplos tomados de cualquier siglo, pero preferimos que cada cual piense en los que mejor recuerde. Por otro lado, las palabras del Señor no ocultan otra clase de situación aún más terrible: ¡ay de aquéllos cuyo consuelo se cifra exclusivamente en el hecho de ser ricos! o también ¡ay de aquéllos cuyos nombres son hoy alabados por todos como se había hecho en su momento con los falsos profetas! Jesús apunta a lo que muy bien pudiéramos entender como un doble juicio: el juicio de la propia historia humana, que acaba siempre estallando en algún momento, por mucho que se intente contener, y el juicio escatológico e inapelable. Los juicios humanos siempre se pueden recurrir; no ha sido infrecuente que individuos o familias pudientes castigados en procesos revolucionarios, andando el tiempo hayan recuperado sus antiguas distinciones y sus prebendas. Pero nadie puede recurrir el juicio divino ni pretender revocarlo.
Sinceramente, juegan con fuego quienes hoy, en nuestro país y en otros, amparándose en sus altas dignidades políticas o sus capacidades económicas, se permiten vivir "a todo tren", si se nos permite una expresión muy popular, frente a un pueblo maltratado, unas clases trabajadoras cuyos derechos y cuya dignidad como ciudadanos y como personas humanas son constantemente pisoteados. Juegan con fuego porque el Dios de justicia escucha el clamor de los desfavorecidos y es terriblemente solidario con las víctimas de la injusticia, y porque no se deja comprar al estilo de los falsos profetas de antaño o los falsos religiosos de hogaño.
Como cristianos individuales y como miembros del conjunto del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, los cristianos estamos puestos en este mundo, no para protagonizar revoluciones sangrientas ni guillotinamientos, aunque humanamente nos puedan parecer bien merecidos, sino para alzar nuestra voz (o para mover nuestras teclas) y denunciar sin temor todo cuanto pisotea la dignidad de las personas y les impide vivir correctamente. Al estilo de los auténticos siervos de Yahweh de la antigüedad, la Iglesia ha de ser hoy la voz profética que proclame la presencia del Reino de Dios entre los hombres y la redención-liberación-redignificación de las personas, es decir, las Buenas Nuevas de Cristo Salvador.

Que el Señor Jesús nos bendiga a todos abundantemente en este día y a lo largo de esta nueva semana que hoy por su Gracia iniciamos.

Vuestros amigos:

Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga
Rosa María Gelabert i Santané
     Juan María Tellería Gelabert

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