Mis
queridos hermanos y amigos en el Señor Jesucristo:
Es
inevitable en el día de hoy leer o escuchar noticias desagradables acerca de la
corrupción endémica de nuestros dirigentes políticos, su más que
evidente desinterés (de facto, aunque tal vez no de
jure) por las clases trabajadoras y su olímpico desprecio por todo
aquello que no contribuya al engrose permanente de sus cuentas privadas. Como
consecuencia, no es posible abrir un rotativo o escuchar un noticiario
cualquiera sin que se manifieste de forma bien palpable el descontento general
de la población y las muy humanas y muy legítimas ansias de cambio, a veces
drástico, que se respiran por todas partes.
Por desgracia, ello no es
característica exclusiva de nuestro país en concreto ni de una época
determinada de la historia, sino que se trata de un mal endémico en la especie
humana ante el cual nos vemos confrontados a preguntarnos de continuo cuál ha
de ser la actitud más propia de un cristiano ante tales situaciones. Nos
ha llamado poderosamente la atención un texto muy concreto que hemos hallado en
el Evangelio según San Lucas 6, 24-26, y que tradicionalmente recibe el nombre
de los ayes. Dice así:
Mas
¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los
que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que
ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis. ¡Ay de vosotros, cuando todos los
hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos
profetas. (RVR60)
Estas
declaraciones de Jesús, pues son palabras suyas muy directas, aparecen
exclusivamente en este evangelio y, según nos dicen los exegetas, conforman
una parte importante de lo que debió ser uno de los discursos más importantes
pronunciados por el Señor en su versión original. Destacamos
únicamente tres ideas fundamentales que compartimos hoy con todos
vosotros:
Se
asimila al rico y al poderoso con el concepto de injusticia. Jesús es presentado en los evangelios como un
predicador constante de las buenas nuevas del Reino de Dios que se acerca, que
está a las puertas, y que de hecho ya está aquí. Y aunque es cierto, y ahí está
el Evangelio de San Juan para evidenciarlo al relatarnos la conocida escena de
Cristo ante Pilatos, que ese Reino no es de este mundo, también lo es
que está preparado para seres humanos que viven en este mundo y que pasan por
situaciones angustiosas, claramente injustas, provocadas por sus semejantes, y
de forma muy particular por quienes detentan el poder en esta tierra. Aunque
las Escrituras de Israel, lo que llamamos comúnmente el Antiguo Testamento,
ofrecen ejemplos preclaros de creyentes agraciados con grandes riquezas, muestran
también el lado más oscuro de la naturaleza humana al presentarnos la denuncia
de algunos profetas contra quienes empleaban sus posiciones de autoridad
para enriquecerse a costa de los más débiles. Los ricos a quienes condena
abiertamente el mensaje de Jesús no son aquéllos que logran un grado elevado de
bienestar de forma honrada, por un esfuerzo denodado y digno o por una herencia
legalmente recibida, sino quienes viven explotando o expoliando a los demás,
sin escrúpulo alguno, y manifestando de continuo su desdén por los menos
favorecidos. Si tal era la realidad social de la Palestina del siglo I, con el
constante descontento por parte de la población explotada, endeudada y
oprimida, no lo es menos la de nuestros días, incluso en países como el nuestro
y otros del entorno inmediato, en los que cunde cada vez más la idea de que
políticos, grandes empresarios y banqueros viven a costa del trabajo ajeno y
provocan de continuo a los más pobres con leyes cada vez más injustas, recortes
salariales completamente inhumanos y unos ritmos de derroche que causan
escándalo entre las capas poblacionales obreras, incapaces de hacer frente en
muchos casos a las presiones de tipo fiscal y laboral impuestas desde arriba.
Desgraciadamente, la descristianización masiva de nuestras sociedades
occidentales ha privado a buena parte de las clases obreras de una esperanza en
la justicia divina. Demasiadas veces las iglesias cristianas se han puesto del
lado de los poderosos y en contra de los humildes, traicionando el prístino
mensaje de Jesús. De ahí la segunda idea que emana de las palabras del Señor:
Se
identifica al rico y al poderoso con un sistema religioso falso. Jesús menciona específicamente a los falsos
profetas, aquéllos a quienes alababan los padres de los opresores y los
sostenedores de la injusticia. Los falsos profetas de Israel, de los que la
Biblia presenta más de un ejemplo, solían ser en realidad el sustento
ideológico de los regímenes políticos contrarios al designio de Dios para su
pueblo. No hay más que recordar a los profetas de la corte de Acab y Jezabel,
que o bien propugnaban el culto a una deidad extraña, como era el Baal de Tiro,
o bien empleaban el nombre de Yahweh, Dios Eterno, para refrendar la actuación
errónea de los tiranos (recuérdense los episodios de Elías, el siervo de Dios,
frente a los profetas oficiales en el monte Carmelo, o la curiosa experiencia
de un tal Micaías, auténtico heraldo de Dios, frente a los profetas de Acab con
ocasión de la guerra contra los sirios narrada en 1 Reyes 22). Si pensamos en
la historia de la Europa cristiana y en la de nuestro propio país, antigua y
moderna, vamos a encontrar algo parecido: prelados y dignatarios
eclesiásticos de elevado rango siempre al lado de los tiranos
coronados más repugnantes o de los dictadores más criminales. Aún nos causa
escalofríos el contemplar fotografías de décadas no demasiado lejanas en el
tiempo y en el espacio en las que aparecen figuras destacadas de la Curia
Romana revestidas de sus peculiares indumentarias y con el brazo en alto
junto a militares de la Wehrmacht alemana o de otros fascismos, algunos muy
cercanos. ¿Y acaso no siguen algunas iglesias ofreciendo su apoyo ideológico a
ciertas instituciones políticas obsoletas, generando así la repulsa de la mayor
parte de la población? No podemos por menos que tildar de diabólica la
antinatural simbiosis entre el trono y el altar, que en la historia cristiana
data del siglo IV (el famoso Edicto de Milán y sobre todo la presunta
conversión del emperador Constantino), y que tan nefastas consecuencias ha
tenido para ambos elementos. Tanto el uno como el otro han salido realmente
manchados de ignominia, simonía y corrupción en todos los sentidos de la
palabra. Pero esas situaciones, aunque lo parezcan, no pueden durar eternamente.
Por ello, y es la tercera idea que destacamos,
Se
emite contra el rico y el poderoso un juicio devastador que implica una
inversión de la situación. La
sentencia de Jesús no deja espacio a la duda: quienes ahora ríen y se ven
saciados experimentarán el llanto y el hambre. Las revoluciones que han tenido
lugar a lo largo de la historia han sido tanto más crueles e
inmisericordes con los otrora potentados cuanto mayores han sido sus expolios,
su extorsión y su degradación. Podríamos ofrecer muchos ejemplos tomados de
cualquier siglo, pero preferimos que cada cual piense en los que mejor
recuerde. Por otro lado, las palabras del Señor no ocultan otra clase de
situación aún más terrible: ¡ay de aquéllos cuyo consuelo se cifra
exclusivamente en el hecho de ser ricos! o también ¡ay de aquéllos cuyos
nombres son hoy alabados por todos como se había hecho en su momento con los
falsos profetas! Jesús apunta a lo que muy bien pudiéramos entender como un
doble juicio: el juicio de la propia historia humana, que acaba siempre
estallando en algún momento, por mucho que se intente contener, y el juicio
escatológico e inapelable. Los juicios humanos siempre se pueden recurrir; no
ha sido infrecuente que individuos o familias pudientes castigados en procesos
revolucionarios, andando el tiempo hayan recuperado sus antiguas distinciones y
sus prebendas. Pero nadie puede recurrir el juicio divino ni pretender
revocarlo.
Sinceramente,
juegan con fuego quienes hoy, en nuestro país y en otros, amparándose en sus
altas dignidades políticas o sus capacidades económicas, se permiten vivir
"a todo tren", si se nos permite una expresión muy popular, frente a
un pueblo maltratado, unas clases trabajadoras cuyos derechos y cuya dignidad
como ciudadanos y como personas humanas son constantemente pisoteados. Juegan
con fuego porque el Dios de justicia escucha el clamor de los desfavorecidos y
es terriblemente solidario con las víctimas de la injusticia, y porque no se
deja comprar al estilo de los falsos profetas de antaño o los falsos religiosos
de hogaño.
Como
cristianos individuales y como miembros del conjunto del Cuerpo de Cristo que
es la Iglesia, los cristianos estamos puestos en este mundo, no para
protagonizar revoluciones sangrientas ni guillotinamientos, aunque humanamente
nos puedan parecer bien merecidos, sino para alzar nuestra voz (o para mover
nuestras teclas) y denunciar sin temor todo cuanto pisotea la dignidad de las
personas y les impide vivir correctamente. Al estilo de los auténticos siervos
de Yahweh de la antigüedad, la Iglesia ha de ser hoy la voz profética que
proclame la presencia del Reino de Dios entre los hombres y la
redención-liberación-redignificación de las personas, es decir, las Buenas
Nuevas de Cristo Salvador.
Que el
Señor Jesús nos bendiga a todos abundantemente en este día y a lo largo de esta
nueva semana que hoy por su Gracia iniciamos.
Vuestros
amigos:
Rvdo.
Juan María Tellería Larrañaga
Rosa
María Gelabert i Santané
Juan María Tellería Gelabert
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